En nuestra mente se libra permanentemente, una batalla entre
el «bien» y el «mal». Los dos quieren tener el control; el «bien» quiere lograr
que hagas las cosas de tal manera que llegues a ser una persona íntegra,
respetable, con valores y moral; pero el «mal» quiere empujarte a lo peor. Su
deseo es que llegues a ser un ladrón, asesino, drogadicto, alcohólico,
estafador, mentiroso, maldiciente, calumniador. Que odies aún a tus seres
queridos, que no tengas compasión, ni sentimientos por nada ni por nadie. En
definitiva, quiere hacer de ti un ser destructivo y auto destructivo.
Aunque te parezca irreal, todo esto ocurre en nuestra mente.
Luego depende absolutamente de nosotros tomar la decisión final, es decir,
ejercitar la voluntad y determinar a quién obedecemos.
Si seguimos las instrucciones del «bien» viviremos de manera
transparente, nos moveremos por amor y sentiremos paz en nuestro corazón. Pero
tomar esta decisión no es tan fácil, porque tu propio entorno, tus amigos y
compañeros, pondrán infinidad de razones para hacerte ver, que lo que estás
haciendo son puras tonterías y te dirán que «tienes que disfrutar de la vida»,
«no hay nada malo en eso», «los demás lo hacen» cualquier cosa para que sigas
los consejos del «mal». Incluso te dirán que es la única manera de evitar los
sufrimientos innecesarios y ser feliz.
No creo que haga falta decirte de dónde vienen los
pensamientos y razonamientos que nos impulsan al «mal». Pero lo que sí quiero
decirte, es que nuestra conciencia debe ser permeable a todo lo que venga de
parte de Dios. Es decir: vivir de acuerdo a esos buenos pensamientos y
principios que aparecen en nuestra mente y que nos impulsan a todo lo bueno,
porque además de ayudarnos a vivir de la mejor forma posible, nos ayudarán a ir
desplazando esas tentaciones que tarde o temprano tienen graves consecuencias.
Consejo de la palabra de Dios: Filipenses 4:7 Así
experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz
de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús. 8 Y
ahora, amados hermanos, una cosa más para terminar. Concéntrense en todo lo que
es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo bello y
todo lo admirable. Piensen en cosas excelentes y dignas de alabanza.
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