Las palabras tienen vida y son capaces de
bendecir o maldecir, de edificar o derribar, de animar o abatir, de transmitir
vida o muerte, de perdonar o condenar, de empujar al éxito o al fracaso, de
aceptar o rechazar... etc. etc…
Una palabra de resentimiento: puede matar
a un apersona, como si le claváramos un cuchillo en el corazón... Una palabra
brutal: puede herir y hasta destruir la autoestima y la dignidad de una
persona…
También una palabra amable: puede
suavizar las cosas y modificar la actitud de otros… Una palabra oportuna: puede
aliviar la carga y traer luz a nuestra vida… Una palabra de amor: puede sanar
el corazón herido.
Reflexionemos: ¿Cómo hablamos a los
demás? ¿Qué les transmiten nuestras palabras? ¿Qué me digo a mí mismo? ¿Hacia
dónde me conduce mi dialogo interno? Porque todas nuestras palabras para bien o
para mal traerán su consecuencia.
Jesús dijo: <Mateo 12:36-37 “Yo os
digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en
el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado y por tus palabras
serás condenado”>
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