Qué ciego es el mundo, madre, qué ciego los hombres son,
piensan, madre, que no existe más luz que la luz del sol.
Madre, al cruzar los paseos cuando por las calles voy, oigo
que hombres y mujeres de mí tienen compasión, que juntándose uno a otro hablan
bajando la voz y que dicen: ¡Pobre ciega!, que no ve la luz del sol.
Más yo, no soy ciega, madre; no soy ciega, madre, no; hay en
mí UNA LUZ DIVINA que brilla en mi corazón.
El SOL que a mí me ilumina es de eterno resplandor; mis
ojos, madre, son ciegos... pero mi espíritu...no.
Cristo es mi Luz, es el día cuyo brillante arrebol no se
apaga de la noche en el sombrío crespón, tal vez por eso no hiere el mundo mi
corazón cuando dicen: ¡Pobre ciega!, Que no ve la luz del sol.
Hay muchos que ven el cielo y el transparente color de las
nubes, de los mares la perpetua agitación, más cuyos ojos no alcanzan a
descubrir al SEÑOR que tiene leyes eternas que sujeta a la Creación.
No veo lo que ellos ven, ni ellos lo que veo yo; ellos ven
la luz del mundo yo veo la LUZ DE JESÚS. Y siempre que ellos murmuran: ¡Pobre
ciega! (digo yo) ¡Pobres ciegos!, ¡que
no ven más luz que la luz del sol!... (Anónimo)
Juan 8:12 Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz
del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de
la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario