viernes, 18 de mayo de 2012

ASOMBROSA PACIENCIA DE DIOS


Mi saludo con el gozo, la gracia, la paz y las bendiciones de Dios, Su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo, amen.
Un anciano predicador cuyo ministerio había ganado miles de personas para Cristo confeso que, muchas veces, su genuino amor al Señor estaba mezclado con egoísmo. Otro eficaz siervo cristiano expreso la misma inquietud y les pidió a algunas personas que oraran para que pudiera vencer el deseo de ser “el numero uno” cuando predicaba en conferencias bíblicas. Yo también veo elementos de orgullo y de egocentrismo en mi vida.
Como permanecemos en lo que Pablo llamo “este cuerpo de muerte” (Ro. 7.24), donde todavía mora el pecado, toda nuestra adoración y servicio al Señor se ven manchados por imperfecciones. Quizá por esta razón tiendo a ser comprensivo con los predicadores que el apóstol describió en (Fil. 1.15-17). Aunque la envidia, la codicia y el orgullo estropearon el ministerio de aquellos hombres, Pablo daba gracias porque Cristo era proclamado. No lo habría hecho si los predicadores hubiesen sido hipócritas o falsos maestros.
El motivo, en algunos corazones, era celos y rivalidad. Predicaban a Cristo por envidia y contención.
Otros tenían motivos sinceros y limpios; predicaban a Cristo de buena voluntad, en un honrado esfuerzo por ayudar al apóstol.
Los predicadores celosos pensaban que con ello amargaban más el encarcelamiento de Pablo. El mensaje de ellos era bueno, pero el talante de ellos era malo. Es triste pensar en un servicio cristiano llevado a cabo por la energía de la carne, movido por codicia, pendencia, orgullo y envidia. Esto enseña la necesidad de vigilar nuestros motivos cuando servimos al Señor. No debemos hacerlo por propia exhibición, por el avance de ninguna secta religiosa, ni para derrotar a otros cristianos.
Aquí tenemos un ejemplo de la necesidad de ejercer nuestro amor con conocimiento y discernimiento.
Otros predicaban el evangelio por un puro y sincero amor, sabiendo que Pablo estaba puesto para la defensa del evangelio. No había nada egoísta, sectario ni cruel en su servicio. Sabían muy bien que Pablo había sido encarcelado por su atrevida defensa del evangelio. De modo, que decidieron continuar su obra mientras el estuviese confinado.
Todo nuestro servicio a Cristo se ve de alguna manera afectada por las tendencias pecaminosas que permanecen en nosotros. William Bererage escribió: “No puedo orar sin pecar; no puedo predicar sin pecar […]. Mi propio arrepentimiento exige retractación; y las lagrimas que derramo necesitan lavarse en la sangre de Cristo”.
¡Alabado sea Dios por Su amor y paciencia asombrosos!
Y pensemos que NUESTRO PECADO ES GRANDE. LA GRACIA DE DIOS ES AUN MAYOR.
SALMO 145:8 El Señor es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor.
Recibid un abrazo de vuestro hermano en Cristo

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