Mi saludo
con el gozo, la gracia, la paz y las bendiciones de Dios, Su Hijo Jesucristo y
el Espíritu Santo, amen.
Un anciano
predicador cuyo ministerio había ganado miles de personas para Cristo confeso
que, muchas veces, su genuino amor al Señor estaba mezclado con egoísmo. Otro
eficaz siervo cristiano expreso la misma inquietud y les pidió a algunas
personas que oraran para que pudiera vencer el deseo de ser “el numero uno”
cuando predicaba en conferencias bíblicas. Yo también veo elementos de orgullo
y de egocentrismo en mi vida.
Como
permanecemos en lo que Pablo llamo “este cuerpo de muerte” (Ro. 7.24), donde
todavía mora el pecado, toda nuestra adoración y servicio al Señor se ven
manchados por imperfecciones. Quizá por esta razón tiendo a ser comprensivo con
los predicadores que el apóstol describió en (Fil. 1.15-17). Aunque la envidia,
la codicia y el orgullo estropearon el ministerio de aquellos hombres, Pablo
daba gracias porque Cristo era proclamado. No lo habría hecho si los
predicadores hubiesen sido hipócritas o falsos maestros.
El motivo,
en algunos corazones, era celos y rivalidad. Predicaban a Cristo por envidia y
contención.
Otros tenían
motivos sinceros y limpios; predicaban a Cristo de buena voluntad, en un honrado
esfuerzo por ayudar al apóstol.
Los
predicadores celosos pensaban que con ello amargaban más el encarcelamiento de
Pablo. El mensaje de ellos era bueno, pero el talante de ellos era malo. Es
triste pensar en un servicio cristiano llevado a cabo por la energía de la
carne, movido por codicia, pendencia, orgullo y envidia. Esto enseña la
necesidad de vigilar nuestros motivos cuando servimos al Señor. No debemos
hacerlo por propia exhibición, por el avance de ninguna secta religiosa, ni
para derrotar a otros cristianos.
Aquí tenemos
un ejemplo de la necesidad de ejercer nuestro amor con conocimiento y
discernimiento.
Otros
predicaban el evangelio por un puro y sincero amor, sabiendo que Pablo estaba
puesto para la defensa del evangelio. No había nada egoísta, sectario ni cruel
en su servicio. Sabían muy bien que Pablo había sido encarcelado por su
atrevida defensa del evangelio. De modo, que decidieron continuar su obra
mientras el estuviese confinado.
Todo nuestro
servicio a Cristo se ve de alguna manera afectada por las tendencias
pecaminosas que permanecen en nosotros. William Bererage escribió: “No puedo
orar sin pecar; no puedo predicar sin pecar […]. Mi propio arrepentimiento
exige retractación; y las lagrimas que derramo necesitan lavarse en la sangre
de Cristo”.
¡Alabado sea
Dios por Su amor y paciencia asombrosos!
Y pensemos
que NUESTRO PECADO ES GRANDE. LA GRACIA DE DIOS ES AUN MAYOR.
SALMO 145:8 El Señor es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor.
Recibid un
abrazo de vuestro hermano en Cristo
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